Reportaje de El Tiempo
El día que mataron al periodista Luis Carlos Cervantes, en Tarazá, Leiderman Ortiz estaba en Caucasia. De inmediato subió a la camioneta blindada que le tiene asignada la Unidad Nacional de Protección y se fue hacia la morgue donde preparaban el cuerpo de su colega y amigo.
El día que mataron al periodista Luis Carlos Cervantes, en Tarazá, Leiderman Ortiz estaba en Caucasia. De inmediato subió a la camioneta blindada que le tiene asignada la Unidad Nacional de Protección y se fue hacia la morgue donde preparaban el cuerpo de su colega y amigo.
“Cuando lo sacaron y abrieron la caja, me vi a mí mismo acostado en ese
cajón. Se me vinieron las lágrimas. Quise hacer un alto en el camino, pero a la
vez me dije: no puedo”, recordó el director del periódico La Voz del Pueblo, de
Caucasia.
Y es que Leiderman Ortiz Berrío, el periodista más
amenazado del Bajo Cauca antioqueño, se compara con el miembro de una mafia que
se hartó del delito, pero no se puede retirar porque lo matan.
A Cervantes, excorresponsal de Teleantioquia Noticias y director
la emisora Morena FM de Tarazá lo amenazaron más de 20 veces, pero nunca le
hicieron un atentado. Solo el 12 de agosto pasado cuando lo mataron, tres
semanas después de que la Unidad Nacional de Protección le retiró el esquema de
seguridad porque, según esa entidad, ya no ejercía como periodista y sus
riesgos eran mínimos.
A Leiderman, en cambio, nunca lo han amenazado
directamente, pero ya le han hecho cinco atentados.
Desde 2010, cuando fueron a buscarlo para matarlo y se
salvó por un presentimiento que lo hizo salir de su oficina, perdió la
tranquilidad.
Más aún desde finales de septiembre, cuando la directora
de la Federación Colombiana de Periodistas lo llamó para preguntarle por las
amenazas que profirieron contra él y otras 23 personas un comando urbano de
‘los Rastrojos’.
Sin saber de esa amenaza, ya Leiderman estaba cansado. “No sé porque
piensan que tener escoltas es un lujo. Es estresante, deprimente, se te acaba
la vida privada, el círculo social. Ya uno no puede hacer lo que le dé la gana
como una persona independiente”, comentó.
Se siente encerrado en Caucasia, como en un pueblo
pequeño donde no puede extender sus alas.
Aunque lleva cinco años y medio con escoltas, no se
acostumbra.
Antes de que ‘los Rastrojos’ lo incluyeran en ese panfleto
como objetivo militar, ya soñaba con recuperar la tranquilidad. Ser frentero.
Denunciar sin maquillajes los lugares, las placas de los vehículos, los alias y
nombres de los asesinos lo han convertido en blanco de bandas criminales.
Más en un municipio como Caucasia, donde estas bandas “han matado a más
de 500 personas desde 2008 y muchos policías han sido capturados por hacer
parte de la nómina de esas agrupaciones”, aseguró.
Quisiera irse, pero no puede. “El factor número uno es económico. No
tengo donde quedarme, donde llegar”, afirma resignado.
“Yo sí tengo ganas de irme, estoy cansado de esto de
verdad. Pero, ¿cuando me voy?, cuando me gane el Baloto, pueda comprar un
apartamento y montar una tiendecita para no ejercer más el periodismo”.
Vive de su periódico, pero La verdad del pueblo ni
siquiera puede salir cada mes. La gente lo busca para una reunión, para que
medie en sus conflictos, para que les ayude a resolver sus problemas. Los lunes
su oficina es un despacho de alcalde.
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