Los problemas para formalizar a los mineros artesanales, muchas veces asediados por las bandas criminales, y las dificultades para empezar la sustitución de cultivos, son dos puntos cruciales en la subregión. La Gobernación de Antioquia implementará planes el próximo año.
El 63% de toda la coca en Antioquia se encuentra en el bajo cauca Foto: Pablo Monsalve/ semana |
Desde los
tiempos del Cartel de Medellín, el bajo cauca antioqueño ha sido una de las
zonas estratégicas para el narcotráfico. La cercanía con Urabá y Córdoba,
además de estar a los pies del Nudo de Paramillo, ha permitido a los capos de
la droga sacar la mata de coca del campo, pasarla fácilmente al laboratorio,
transformarla en pasta base y llevarla directamente al mar. No es gratuito que
en los dos últimos años Antioquia haya llegado a 8.855 hectáreas de cultivos
ilícitos, lo que representa el 28 por ciento de toda la coca del país. El
asunto es que de toda esa coca sembrada en terreno paísa, el 63 por ciento está
en Tarazá, Valdivia, Cáceres, Briceño, El Bagre y Nechí.
Además de la
cocaína está la minería, que representa el 85 por ciento de la economía y no se
escapa de un debate que lleva años. Los mineros tradicionales no logran
legalizarse por trabas burocráticas y para ellos la explicación es obvia: el 90
por ciento de la tierra de la subregión está titulada multinacionales. El 57
por ciento de todo el oro que produce Antioquia está en esta tierra que, tantas
veces, ha sido feudo de forajidos que han impuesto su propia ley y desde donde
se ha expandido la violencia a otros sectores. En todo el bajo cauca se
desmovilizaron 4.792 paramilitares, muchos de ellos adiestradores en otras
regiones adonde llegó el brazo armado de las Autodefensas Unidas de Colobia
(AUC).
Enetre la
coca y el oro se encuentran los grupos criminales que hasta la desmovilización
de las Farc se debatían en una guerra que dejó varios muertos y más de 400
desplazados en corregimientos como Puerto Claver (El Bagre) y La Caucana
(Tarazá). Sin embargo, desde hace un año, la situación se ha calmado un poco.
De 147 homicidios en 2016 se pasó a 120 en 2017, en buena parte por una
hegemonía criminal del Clan del Golfo que finalmente se impuso a los hombres
del ELN que se replegaron a zonas del Sur de Bolívar, su retaguardia histórica.
Ahora uno de los capos que busca la Policía hasta debajo de las piedras es
Robinson Gil Tapia, conocido con el alias de Flechas, quien tiene orden de
captura por concierto para delinquir con fines de homicidio y a quien señalan
de ser el máximo cabecilla del Clan.
Pese a las grandes ganancias del oro y a lo que se
creería que podía representar la venta de hoja de coca, el Anuario Estadístico
de Antioquia para 2016, recién publicado por la Gobernación de Antioquia, la
proporción de personas en pobreza en el bajo cauca es del 58,96 por ciento y
están en la miseria del 30,32 por ciento. En palabras del Informe de Derechos
Humanos 2015 del Instituto Popular de Capacitación (IPC): “El bajo cauca es la
subregión con el menor índice multidimensional de calidad de vida (IMCV), las
tasas más altas de homicidios y una de las que han soportado en los últimos los
más altos niveles de desplazamiento forzado (… y) altos índices de despojo de
tierra”Nadie parece saber qué hacer con una región de la que depende la paz de
Antioquia, y de buena parte del país. Hace unas semanas el gobernador Luis
Pérez Gutiérrez lanzó la estrategia ‘Antioquia libre de coca‘, un programa que
contempla la inversión de más de 500 mil millones de pesos de los que ya hay
actas de inicio de obras por más de 124 mil millones de pesos. Según la misma
Gobernación, el dinero se invertirán en “convenios que incluyen la construcción
de una vía que comunique al corregimiento El Aro de Ituango con el resto del
territorio, pavimentación de una vía entre El Bagre y Zaragoza, apoyo a las
autoridades en la erradicación de los cultivos ilícitos, constitución de una
empresa comercializadora que compre a los campesinos sus productos lícitos en
su propias parcelas y otra serie de inversiones socio económicas que harán
posible esta estrategia”.
De la mano
de esta estrategia, está la erradicación manual por parte de 1.200 policías que
en 2017 erradicaron más de 5.000 hectáreas, lo que no tiene muy contentos a
algunos campesinos, que esperan el cumplimiento del punto cuatro del acuerdo de
paz entre las Farc y el Gobierno: que se estimule la sustitución de cultivos,
que no se obligue a la erradicación. “Pero aquí lo único que hemos visto es una
seguidilla de incumplimiento”, dijo un campesino a SEMANA.
Todos estos
campesinos ahora hacen parte de la Coordinadora Nacional de Cultivadores de
Coca, Amapola y Marihuana (Coccam) y tienen como meta que de verdad empiece una
sustitución de cultivos y, sobre todo, titulación de las tierras en las que han
estado durante décadas. Según Rodrigo Osorno, investigador del IPC que ha
seguido de cerca el tema, “en la Caucana, corregimiento de Tarazá, ha habido
acuerdos para erradicar cultivos y a algunos campesinos ya les están dando un
millón de pesos al mes, pero los proyectos productivos no terminan de caminar y
no les están cumpliendo con la titulación de predios. La propuesta del gobierno
para erradicar 50 mil hectáreas vía sustitución y 57 mil por erradicación
voluntaria, pero sólo se ha cumplido el 4 por ciento de la meta. Mucho
incumplimiento del Gobierno y también hay mucha presión de los actores
ilegales”.
Para Soledad
Betancur, también investigadora del IPC, muchos de estos predios en los que han
habitado los campesinos no se les pueden titular porque ya están titulados a
multinacionales , y cita un estudio entregado por la Defensoría del Pueblo en
2011 donde, después de un censo, se encontró que el 100 por ciento de los
mineros informales se querían formalizar, pero el 85 por ciento de las
solicitudes eran rechazadas porque las tierras ya estaban tituladas a empresas,
“eso sucede en una región donde el 90 por ciento del territorio están licenciado
o en proceso. Además, estos mineros han sido marcados como criminales, y eso no
es cierto, son mineros que han pedido seguridad desde hace muchos años, pero
criminalizarlos ha sido un discurso que le ha resultado muy bien a la hora de
sacarlos del territorio”.
El
reconocimiento del campesino, de sus oficios ancestrales y de la tierra ocupada
por décadas parece ser la única salida para una región de la que depende la paz
de todo un departamento. La paz de Antioquia pasa por el bajo cauca.
Con informacion de Semana
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